Jeny Castañeda: "El Perdón es Individual"
La historia de una víctima del conflicto armado que no solo perdonó, sino que también se hizo amiga del asesino de su mamá, uno de los jefes paramilitares más temidos de Colombia.
Jeny Castañeda Mejía pasó casi una década buscando justicia por el asesinato de su madre, una líder social asesinada por paramilitares de derecha bajo el mando de Ramón Isaza. Isaza fue un sádico prolífico, responsable de cientos de asesinatos entre 1977 y 2006. Durante 35 años gobernó a través del terror, utilizando la tortura, el asesinato, la violencia sexual y el reclutamiento forzado para mantener el control. Muchas de sus víctimas fueron desmembradas y arrojadas al río Magdalena, dejando a sus familias, hasta el día de hoy, sin respuestas sobre cómo o por qué sus seres queridos fueron asesinados.
La búsqueda de Jeny por responsabilizar a Isaza por el asesinato de su madre tomó un giro asombroso. Buscando venganza, encontró el perdón y, en un acto extraordinario de reconciliación, se convirtió tanto en amiga como en abogada de Isaza.
Nos encontramos con Jeny en Puerto Triunfo, en el malecón junto al río Magdalena. Mientras caía la tarde y el calor sofocante del día finalmente cedía, compartió su extraordinaria historia de vida.
En sus propias palabras
Mi nombre es Jeny Castañeda Mejía. Soy del municipio de Puerto Triunfo, Magdalena Medio Antioqueño. Soy la hija de Damaris Mejía Ramírez.
Mi mamá fue asesinada el 17 de septiembre del año 2001 en la antigua Hacienda Nápoles de Pablo Escobar.
Era una líder social. Siempre buscaba el bienestar de las personas que no tenían prácticamente nada. Junto con don Juan Guillermo Garcés, había creado dos barrios en tierras propiedad de él.
Allí se le ocurrió la idea de invadir esta tierra para la construcción del tercer barrio en la antigua Hacienda Nápoles.1 El alcalde… le molestó eso.
Ese 17 de septiembre, a las tres y media de la tarde, el alcalde vino y discutieron. Él le decía a ella que tenía que desalojar, y ella le respondió: “Usted de aquí me saca muerta.”
Y el alcalde, montándose al carro, le dijo que tenía hasta el anochecer. Que si no se salía, viva o muerta, la sacaba de ahí.
Mi mamá respondió: “Yo les estaré esperando.”
El alcalde se quejó con Ramón Isaza, quien estaba tomando en las fiestas de San Miguel. Le dijo: “Hay una líder que se metió allá en las tierras de Nápoles, de Pablo Escobar. Me está invadiendo y me está creando problemas. Yo fui a decirle que saliera y me dijo que no, que ya se salía, pero muerta.”
Ramón no sabía quién era la líder, pero dio la orden de matarla. “Vayan, busquen a la líder y sáquenla del camino,” dijo.
Llegó ese 17 de septiembre, a las 11:45 de la noche, y a mi mamá la buscaron entre cambuche y cambuche, hasta que la encontraron y la asesinaron.
Fue asesinada en medio de toda su gente. Le dieron seis tiros en la cabeza.
Eso fue, mejor dicho, la tragedia más grande que pudieron haber cometido los paramilitares. Porque mi mamá era una líder social muy reconocida en todo el territorio.

Para esa época, yo tenía un niño recién nacido. Entonces, cada vez que mi hijo cumple un año de vida, mi mamá cumple un año de falta.
Yo empiezo a denunciar nuestro proceso en la fiscalía. Obviamente, no iban a hacer nada porque el alcalde tenía el control y estaban los paramilitares. El proceso quedó ahí en la fiscalía.
Pero en el año 2006, los paramilitares se desmovilizaron. Se sometieron a un proceso que se llama Justicia y Paz. Ellos entregaron las armas al gobierno, firmaron ese pacto y empezaron a reconocer a las víctimas del conflicto armado.
En la primera entrega que hicieron, reconocieron 600 víctimas que fueron asesinadas por este bloque, entre ellas mi mamá.
De ahí empieza mi proceso ante Justicia y Paz.
Empiezo a ir a los tribunales. Quería saber la verdad de lo que había sucedido con mi mamá. Por qué había sido asesinada. Qué fue lo que los motivó para que pasara lo que pasó, sabiendo que lo único que hacía ella era ayudar a la gente pobre, nada más.
Durante aproximadamente ocho años, yo iba a los tribunales en Bogotá. Ramón Isaza siempre decía que mi mamá era una ladrona de tierras. No la reconocía como líder social.
Fueron ocho años en los que me tocó llevar pruebas, evidencias, de que ella sí era realmente una líder social.
Al final, se logró reconocerla como líder social caída en el conflicto armado colombiano. Y él la reconoció como el peor error que hubiesen cometido las autodefensas campesinas de Magdalena Medio.
Eso fue un momento muy esperado para mí. Cuando salí de esa audiencia, rompí en llanto porque lo había logrado.
Y Ramón Isaza me pidió perdón. Y yo le dije: “Viejo hijueputa, usted mató a mi mamá. Usted no sabe lo que significa la familia. Que le pida perdón a Dios. Pero Dios no perdona asesinos hijueputas como usted.”
Él agachó la cabeza, y yo le dije: “Míreme la cara, no sea cobarde.”
En ese momento, me sentí muy contenta con mi ego.
Eso fue en octubre. En diciembre, tuve un sueño con mi mamá. Ella me dijo que yo estaba muy enferma. Pero no le presté mucha atención a la situación.
Más o menos el 15 de enero, me dicen que tengo cáncer. Cáncer de tiroides comprometido con ganglios linfáticos.
Mi hijo tenía, para esa época, 10 años. Y él le decía a la doctora que me trataba que no dejara morir a su mamá, que era lo único que tenía.
Durante mi tratamiento, tuve otro sueño con mi mamá. Me dijo que Ramón Isaza me iba a buscar para pedir perdón y que yo tenía que perdonarlo.
Eso para mí fue una pesadilla. Me desperté y llamé a mi hermana, llamé a mi hermano, llamé a mi abuela, llamé a mi esposo, llamé al padre. Todos sabían del sueño.
A los 15 días de ese sueño, recibí un mensaje: Ramón Isaza quería verme en la cárcel.
Tomé la decisión de ir a la cárcel. Cuando nos encontramos, Ramón me contó que, al enterarse de mi cáncer, empezó a rezar todos los días, pidiéndole a Dios que me sanara.
En ese momento, tocaron la puerta y entró un padre, un viejo amigo de mi mamá, y le dijo: “Don Ramón, ¿usted quiere comulgar?”
Ramón le dijo: “Ay, padrecito, qué rico que usted hubiese venido por acá, a ver si de pronto esta niña me puede perdonar.”
Cuando el padre me vio, me dijo: “Jeny, ¿usted ya hizo lo que su mamá le pidió?”
Entonces le dije a Ramón: “Señor Ramón Isaza, mi mamá le manda decir que no llore más por ella, que ya está bien, lo perdonó.”
Lo abracé y le di el beso que mi mamá me pidió.
Sentí como si me hubieran sacado un puñal del corazón.
Estoy convencida de que, si nunca me hubiera dado cáncer, jamás lo hubiera perdonado. Porque la enfermedad me enseñó a ver la vida de otra manera. Y al mismo tiempo, me obligó a desarmarme un poco.
Me gané una beca para estudiar Derecho después de participar en la Mesa de Participación de Víctimas del Conflicto Armado y el Comité de Justicia Transicional.
Entonces me presenté a la universidad y pasé la entrevista. Ramón se enteró de que yo había pasado los exámenes y mandó a Oliverio, su hijo.
Oliverio me dijo: “Bueno, le voy a pagar la universidad porque es un deseo de mi papá. Yo le voy a ayudar hasta donde usted se deje ayudar.”
Cuando empecé a estudiar, me compliqué de salud, y [Ramón me ayudó a encontrar otra universidad para terminar la carrera]. Allí me gradué como abogada.

En noviembre salió la resolución donde dicen que Ramón Isaza es gestor de paz.2 Al otro día, me comuniqué con él vía teléfono. Me pidió que lo acompañara en el proceso, que siguiéramos caminando juntos.
Obviamente, esto me causó susto, temor, pero al mismo tiempo alegría, porque pensó en mí. Eso es darle continuidad a nuestra historia y mostrarle a un proceso y a todo un país la evolución de nuestra historia.
No es fácil perdonar, pero tampoco es fácil pedir perdón.
El perdón es individual, y cada uno vive su proceso. Pero sé que he dejado semillas en muchas personas que han vivido situaciones similares.
Reflexiones de OffMap Media
Aunque todavía enferma, Jeny es una presencia imponente, su narración vívida, su voz inquebrantable en su fuerza. Su historia es un poderoso testimonio de perdón y resiliencia.
Sin embargo, es importante reconocer que muchas otras víctimas han tenido experiencias sumamente diferentes después de la desmovilización paramilitar y el subsiguiente proceso de Justicia y Paz.
Un informe del Centro de Memoria Histórica de Colombia detalla cómo algunas víctimas enfrentaron amenazas después de testificar en audiencias judiciales sobre Isaza. Muchos siguen profundamente perturbados por el regreso de ex paramilitares a sus pueblos—a menudo acompañados por guardaespaldas y viajando en carros blindados, como si nada hubiera cambiado.
Esta entrevista es parte de nuestra serie “En Sus Propias Palabras”. Ha sido editada para mayor claridad y fluidez.
La distribución de la tierra en gran parte de la región del Magdalena Medio, como en el resto de Colombia, es altamente desigual. Históricamente, la concentración de la tierra ha sido impulsada por legados coloniales, políticas estatales que favorecen a los grandes terratenientes, y el despojo violento durante el conflicto armado. En respuesta, los campesinos pobres han participado en asentamientos informales de tierra, frecuentemente ocupando tierras no utilizadas o subutilizadas. Estos asentamientos han sido tanto una estrategia de supervivencia como una forma de resistencia, ocasionalmente llevando a la formalización a través de programas de titulación de tierras. Sin embargo, tales procesos siguen siendo lentos y disputados, a menudo resultando en más desplazamiento o desalojos violentos.
En noviembre de 2024, el gobierno colombiano nombró a 18 ex líderes paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) como "gestores de paz", incluyendo a Ramón Isaza. Según el presidente Gustavo Petro, la iniciativa busca concluir el proceso de desmovilización que comenzó en 2005 y asegurar la restitución de bienes a las víctimas.